Cayetano Rivera Ordonez - interview Vanity Fair IV
Uno de sus mejores amigos allí era, y sigue siendo, Juan Bagration, de la familia heredera de la corona de Georgia. “Cayetano era poco hablador, generoso, con un sentido enorme de la justicia. Jamás le he oído quejarse de nada. Como su familia no iba mucho a verle, otros padres se lo llevaban en sus visitas, los míos, los de Alejandra Fraile... No es que pareciera desvalido, es que inspiraba cariño”. De esos años, entre los 14 y los 17, recuerda alguna noche en blanco estudiando —“lo justo para aprobar, nunca he sido un gran estudiante”, contará en nuestro primer encuentro— y alguna que otra gamberrada, como la vez que se escaparon a Ginebra (que no me contará en nuestro encuentro). “Él se fue con su novia, yo con la mía. Nos pillaron y pasamos tres semanas castigados”, ríe Bagration.
Como si hubiera hecho tabla rasa a su vida. “Lo pasó muy mal, estaba confuso y sufría, porque él es muy transparente, no sabe disimular”. —¿Se le nota siempre lo que siente, verdad? —Lo que no hago nunca es mentir, si acaso me callo, pero si tengo que hablar siempre diré lo que pienso. —¿Puedo preguntarle si se considera un buen padre? —No sé, siempre se puede ser mejor... ¿Estricto? Cuesta ver dónde está la línea entre lo estricto y lo prudente. La verdad es que toreo sobre todo los fines de semana y durante los meses de vacaciones escolares, así que voy a la contra del colegio y eso es lo malo... —Sus amigos lo describen como cabal, reservado, fiel, competitivo, perfeccionista. ¿Controlador? —Es verdad que doy muchas vueltas a las cosas antes de actuar, me gusta tener control sobre mí mismo, aunque entiendo que hay veces en que ni todo es controlable ni debería serlo. Creo que hay que hacer lo que se siente y que a veces te arrepientes más de no actuar que de hacerlo y equivocarte.
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