Cayetano Rivera - interview Vanity Fair VI
Suenan los clarines, el callejón es un trasiego de gente abriéndose paso. Me acompaña en la barrera Javier de Gonzalo, otro íntimo de Cayetano, alias 'El Cohete' en su época de novillero. A pocos metros el matador mueve el cuello, como ahuecándose el valor. Bebe agua. Vierte agua en las zapatillas, dos números inferiores al suyo, por miedo a que se le salgan. Ramiro Curá le venda los dedos para aliviar el dolor de sus esguinces crónicos. Respira hondo. Sale Aberrante, 490 kilos. Ganadería de Juan Pedro Domecq, uno de sus encastes favoritos. Lleva horas encerrado en el corral, como Cayetano lleva horas encerrado en la habitación de su hotel, donde apenas ha dormido y apenas ha comido. Un poco de tele, alguna película, música de U2 o El Barrio. Leer, poco, quizás una de Pérez-Reverte. Aberrante corre a ciegas. “Mira qué despacio va con la muleta, que es el tercio más difícil”, me instruye Javier.
Se suceden los ¡oooles!, suena el pasodoble. Como en cada corrida, como el día de su debut en Ronda, el 26 de marzo de 2005. “Aquel fue un día grande, recuerda Javier, parecía que iba a llover, pero de repente salió Cayetano y salió el sol, fue increíble”, recuerda. Triunfo total, expectativas superadas. Al día siguiente la foto es el abrazo de los dos hermanos en el ruedo.
—¿Le gusta torear con Francisco?
—No mucho, la verdad. Lo paso mal, me pongo más nervioso viéndole a él que a cualquier otro compañero. Aunque es muy bonito dedicarse a lo mismo, porque Francisco me conoce y me entiende como nadie.
Su hermano, que a la llamada de Pedro Toledano diciendo que estaba viendo torear por primera vez a Cayetano, a puerta cerrada, y podía estar tranquilo, respondió con un “estáis locos, me lo vais a matar”. El mismo que ha saltado a la plaza en vaqueros y con gabardina para auxiliarle cuando vio que había peligro. Un poco padre, a veces. Como cuando, tras el embate mortal de Palencia, en 2008, tuvo una intervención crucial. “Era un golpe seco en el hígado y no parecía tan importante, pero Fran dijo a los médicos: de aquí no se va nadie sin hacerle más pruebas a mi hermano”, me cuenta Pedro Toledano. Y así lo salvó la vida.
—¿Cómo es su relación con Quico y Julián, sus otros hermanos?
—Muy buena, aunque no hayamos convivido. A veces se empeñan en hacer ver que no nos llevamos bien, como aquel día que llegué en el AVE y me crucé con Quico, sin verle. La noticia fue que no le había querido saludar. La semana que viene Julián presenta novela y a la siguiente le dan a Francisco la Medalla de las Bellas Artes. Y allí estaré, con los dos.
A la prensa le encanta el momento del encuentro de los tres hermanos en torno al libro y lo cuenta al día siguiente como una “reconciliación” tras una cadena de desencuentros. Pero lo que no cuenta, porque no lo sabe, es que la noche del 4 de octubre, de vuelta de Hellín, Cayetano los fue llamando uno a uno desde la furgoneta para citarlos en un restaurante de Madrid, donde celebraría el fin de temporada. Esta vez sí. Sin cámaras ni testigos inquietantes que pudieran romper su intimidad para venderla al día siguiente.
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